Trastornos de la Conducta Alimentaria: La negación a una cura posible

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Los casos de Trastornos de la Conducta Alimentaria no paran de aumentar en un contexto de escasez de profesionales especializados, costosos tratamientos y desinformación

Si bien en la Argentina no existe ningún registro oficial sobre la prevalencia de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), numerosos centros y profesionales advierten sobre un aumento progresivo y preocupante en la cantidad casos. Acceder un tratamiento de calidad se torna cada vez más complicado y en una sociedad donde la información nunca estuvo tan al alcance de la mano, la desinformación sobre los TCA abunda.


Fue a partir de la pandemia por COVID-19 que comenzaron a encenderse algunas alarmas, ya que la cuarentena se encargó de maximizar y exhibir una problemática que ya existía en el país. Las etapas prolongadas de restricciones en la circulación y de aislamiento social, repercutieron en los comportamientos y en el acceso al sistema de salud en estadios iniciales de presentación, sobre todo en aquellos jóvenes más vulnerables.


Según un comunicado de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) publicado en 2021, distintas encuestas autoadministradas en escuelas del país arrojaron una prevalencia de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) como Bulimia Nerviosa y/o Anorexia Nerviosa en casi 1 de cada 3 mujeres jóvenes de las que presentan algún grado de disconfort previo en su imagen corporal que impacta en sus conductas referidas a la alimentación.


“Ya estábamos registrando un aumento de casos, pero con la pandemia aumentó  exponencialmente la cantidad y la gravedad en lo que tiene que ver con los cuadros iniciales y el modo en que consultan, muchos con requerimiento de intervención de psiquiatría”, señala Natali Dentice, Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires y directora de Relaciones Institucionales en el Centro Especializado en Desórdenes Alimentarios (CEDA).

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Crisis de formación profesional

Uno de los principales desafíos con los que se encuentran las personas con Trastornos de la Conducta Alimentaria, es el de encontrar profesionales especialistas en el tema. Muchos se ven obligados a viajar largas distancias para poder tratarse en un centro especializado o se terminan conformando con nutricionistas, psicólogos y psiquiatras que no cuentan con una formación específica, lo que conduce a un tratamiento poco efectivo.


El acceso a la salud mental es muy deficiente por fuera de las grandes urbes y esto también pasa con la formación, que es una de las patas fundamentales también para la prevención y para el tratamiento”, afirma Dentice.


La psicóloga añade que esta crisis no solo sucede en el interior del país, sino que es un fenómeno regional, “tanto la formación como el tratamiento está ausente en América Latina en general, hay países que no tienen dispositivos especializados, ni profesionales formados”.

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Giuliana Fernández es una estudiante de psicología de 20 años, oriunda de Caseros, Provincia de Buenos Aires. Le diagnosticaron anorexia nerviosa a los 13 años, pero ya mostraba signos desde los 11. Comenzó a tratarse con una psicóloga y una nutricionista por separado, ninguna especializada en TCA, experiencia que no le sirvió e, incluso, “fue para peor”.


Luego, comenzó un tratamiento en un centro en el barrio porteño de Palermo. “Tenía una hora de viaje, por acá (Caseros) no tenía nada, pero había chicas que venían de Córdoba, de todos lados”, recuerda.

Fernández sigue tratándose con la misma psicóloga del centro, por lo que se encuentra con personas que vienen desde lejos en busca de tratamiento diariamente. “Sigo viendo como se repiten las cosas y como viene gente muy desesperada, padres desesperados”, señala.


La estudiante pudo acceder rápidamente al tratamiento, pero añade que tuvo suerte, y que esto no es tan sencillo: “Tenés lista de espera porque hay muchos casos y más que nada en el verano”.


Dentice señala lo fundamental de evitar estas situaciones, donde para las familias ya es difícil dar el primer paso y consultar. “Cuanto más tiempo pasa el paciente sin tratamiento, puede que empeore y se agrave el cuadro”, añade la psicóloga.

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La salud pública y la Red de Trastornos de la Conducta Alimentaria

En comparación a la oferta privada, son pocos los centros de salud públicos donde se encuentre un servicio específico para desórdenes alimentarios y los que existen suelen tener horarios acotados y pocos cupos. En la Ciudad de Buenos Aires funciona, desde 1984, la pionera Red de Trastornos de la Conducta Alimentaria que se dedica a la asistencia, prevención, capacitación e investigación a cargo de equipos interdisciplinarios conformados por psicólogos, psiquiatras y nutricionistas en hospitales de la ciudad.


Uno de los once equipos que componen la Red se encuentra en el Hospital General de Agudos Carlos G. Durand, en el barrio de Caballito y a pocos metros del Parque Centenario.

Mapa con todos los hospitales que forman parte de la Red de Trastornos de la Conducta Alimentaria de la Ciudad de Buenos Aires. Fuente: Dirección General de Salud Mental.


Lejos del bullicio de la entrada al hospital, cruzando el patio interno y una cantina donde venden pizzas y empanadas, se encuentra el Pabellón Herrera Vega, edificio que para el mediodía se halla vacío y silencioso. Parecería abandonado de no ser por los carteles pegados sobre las paredes blancas descascaradas que conducen a las escaleras y en los que se lee: “ATENCIÓN: Horario del Servicio de Trastornos Alimentarios de lunes a viernes de 8.30 a 12 hs, con el número 12 tachado con lápiz y corregido por un 11.30 escrito debajo.

El servicio se encuentra en el primer piso y consiste de un largo pasillo con consultorios a un lado y al otro. Contra una de las paredes una hilera improvisada de sillas azules, solo una de ellas ocupada. Florencia Navarro es una de las dos nutricionistas que componen el equipo, integrado también por dos psicólogas y una psiquiatra.

“Para entrar al servicio hay pasar por una admisión”, explica Navarro mientras señala con la mano el cartel azul de admisión que se encuentra más adelante en el estrecho pasillo. “Trabajamos mucho con el equipo de adolescencia del hospital, entonces si ellas detectan que hay una sospecha o una posibilidad de que un o una paciente tenga un desorden de la conducta alimentaria, lo derivan con una orden”, añade.

Los tratamientos consisten de consultas muy seguidas, especialmente en las etapas agudas. Se tratan de sesiones individuales con las tres áreas y un taller semanal donde se trabaja en equipo. Al ser tan pocas profesionales en el dispositivo y al tratarse de un servicio que también atiende casos de obesidad, los lugares se llenan rápido y las admisiones se encuentran frenadas, con la excepción de casos muy extremos.

El Servicio de Trastornos Alimenticios del Hospital Durand esta dentro de la División de Alimentación y comparte espacio con la Red de Medicina Transfusional del área de Infectología.

En cuanto a la falta de profesionales especializados, Navarro explica que “hablando desde la nutrición, a veces resulta un poco frustrante en el sentido de que es un tratamiento muy largo y muy lento. Además, no es que salís de la facultad sabiendo de Desórdenes de la Conducta Alimentaria. Tenés que hacer una formación, tomar experiencia en eso, es toda una rama aparte”.

Pero, para la nutricionista, la parte más difícil es la de formar dispositivos completos especializados, condición esencial para trabajar los TCA. “La gente cuando se recibe prefiere dedicarse a otra cosa, porque dice ‘para dedicarme tengo que tener el contacto y trabajar con un psicólogo, una psiquiatra’, a veces es difícil el trabajo interdisciplinario o encontrar alguien con el que de verdad vos labures bien”, desarrolla.


Tratamientos costosos y problemas de cobertura

Dentro de la Ley Nacional 26.396, sancionada en 2008, la cual declara de interés nacional a la prevención y control de los trastornos alimentarios, se estipula que tanto las obras sociales como las prepagas deben cubrir los tratamientos.

La realidad, en muchos casos, es otra. Los tratamientos para TCA son costosos y, si ya es difícil conseguir un profesional especializado, encontrar uno que trabaje con tu obra social se vuelve una misión casi imposible.

Luana Illia tiene 22 años, vive en Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires y comenzó un tratamiento, al igual que María Fernández, por anorexia nerviosa a los 13 años. Nunca se trató con profesionales especializados en TCA, a excepción de una nutricionista que trabajaba en un centro de Buenos Aires y que dejó de atenderla a mitad del proceso.

Su obra social solo le cubre 30 sesiones al año, por lo que sus tres años de tratamiento fueron un comenzar de nuevo constante. “Por eso dejé un tiempo y después volví, pero sigue en lo mismo y ese tratamiento no podés tenerlo en 30 sesiones y arrancando otra vez con otra persona, porque es re complicado volver a generar ese vínculo”, explica la joven.

Natali Dentice se refiere a estas conductas de las obras sociales y prepagas como un comportamiento “antiético”. Sostiene que “hacer que la persona cambie de tratamiento es cronificar los desórdenes alimentarios cuando en realidad son patologías que tienen cura”. Luego, la directora de Relaciones institucionales de CEDA, añade que para que esto suceda se requiere de un abordaje de un equipo interdisciplinario especializado y que “el paciente tiene que hacer un tratamiento consecutivo, cumplir con indicaciones, tanto él como la familia”.

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Illia, con un panorama aún más desolador que antes, continúa batallando para encontrar un especialista que la atienda: “Ahora es peor, desde el año pasado que estoy pidiendo y sigo en lista de espera, así que no me queda otra que buscar particular.”

Enfrentarse a los altos costos de un tratamiento especializado en TCA en el contexto de crisis económica actual se vuelve cada vez más difícil. “Estuve consultando estas últimas semanas buscando especializados en esto, encontré muy poquitos y me cobraban de 6.000 pesos para arriba, a comparación de terapia normal u otras ramas que estaban entre 3.000 y 4.000”, comparte Illia.


Los TCA en la educación

Dentro de la Ley 26.396 también se contempla a la educación. En el artículo 6, se sostiene que se debe enseñar Educación Alimentaria Nutricional (EAN) en todos los niveles educativos; asegurar la capacitación de todos los trabajadores del sector para poder enseñar y estar al día con los básicos de la problemática alimentaria, para detectar un caso y proceder adecuadamente; y se deben realizar de talleres y reuniones con padres sobre la prevención de TCA y los peligros de vida no saludables.

Araceli De Vanna, inspectora de enseñanza titular de la modalidad de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social en Tandil, explica que, desde la escuela, se hace lo posible para acompañar al alumno que presenta un TCA y a su familia, pero que muchas veces hay dificultades. La primera es la de un sistema de salud colapsado, en el que conseguir un turno es cada vez más complicado, ya que “los profesionales son escasos o el horario es acotado y se ven sobrepasados por las demandas”.

En cuanto a la enseñanza, comenta que se busca trabajar con cuestiones relacionadas al cuidado de la alimentación, como con los “quioscos saludables”, pero que son “prácticas un poco caras” y no “tan accesibles”, lo que dificulta su implementación.

La inspectora añade que, en el nivel secundario, desde el equipo de orientación escolar solicitan a las escuelas que incluyan dentro del marco en el que se imparte Salud Sexual Integral (ESI) y lo que se conoce como “prácticas de cuidado”, un abordaje a los TCA, aunque es difícil comprobar que suceda: “A veces, como no tenemos nosotros el seguimiento de esas especificidades, no sabemos si se trabaja o no, porque también por ahí se vinculan con cuestiones propias del profesor”.

En cuanto a los profesores, estos no suelen contar con los conocimientos básicos sobre TCA, ya que no suele formar parte de sus planes de estudio. “Ahora que estoy dando clase en superior, veo que no es un tema que se aborde el de trastornos de la alimentación, no está en la curricula específico. Sería un tema importante a tener en cuenta”, reflexiona De Vanna.

Además, la inspectora explica que los TCA tampoco son un tema que suele incluirse en las capacitaciones de la Dirección de Educación Superior y que “a veces es un subtema cuando se hace una capacitación de ESI”.

La educación sobre los TCA no solo es relevante para la prevención y la detección temprana, sino que puede hacer que se genere un clima de entendimiento y respeto en el aula para con aquellas personas que están transitando por un TCA.

“En el tratamiento empezas a subir de peso otra vez y a mí las medicaciones me habían hecho un efecto rebote, había pasado de una cosa a la otra y, o me decían flaca o me decían gorda, no había punto medio. Creo yo que si subiese hablado del tema, obviamente eso hubiese parado y hubiese servido para tener un poquito más de empatía con el otro”, comparte Luana Illia.

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En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires existe el Programa de Alimentación Escolar, el cual abarca todos los niveles educativos. Consiste en la prestación de servicios alimentarios a los alumnos de las escuelas que dependen del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) y va de la mano con un programa de educación alimentaria.

María Calusio es Lic. en Nutrición y la cabeza del área de Nutrición del Ministerio de Educación del GCBA. Cuenta con un equipo de 30 personas, en su mayoría nutricionistas, que son los encargados de planificar y hacer funcionar al Programa.

En cuanto a la educación alimentaria, Calusio explica que se enfoca desde la alimentación saludable, pero no se habla de TCA: “En los alumnos de sexto grado en adelante focalizamos nunca hablar de trastornos porque no nos corresponde a nosotros. De hecho, muchas veces se sabe que cuando se habla de trastorno en personas vulnerables lo terminan tomando negativamente, como que aprovechan y aprenden más de la patología y no es positivo”.

En el programa de educación alimentaria, aunque no se hable explícitamente de TCA, si se busca prevenirlos. “Hacemos mucho hincapié en reforzar los valores de las personas más allá del aspecto, que cada uno encuentre su propósito de vida, sus dones, sus talentos, desarrollar eso y enseñar que no valemos por cómo nos vemos, sino por lo que somos”, desarrolla Calusio.

Pero, la nutricionista también nota un aumento en los casos de TCA en alumnos, tanto de escuelas públicas como privadas, y añade que el abordaje que se está teniendo hoy en día resulta insuficiente: “Creo que tenemos que ver de hacer algo más porque me parece que la prevención y en los grados más chicos, es el lugar donde tenemos que atacar”.

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Largos procesos, malos tratamientos y las consecuencias

Sabrina Rapisarda tiene 17 años, vive en el barrio porteño de Palermo y desde los 13 años la anorexia es parte de su día a día. En el 2020 comenzó con lo que podría (y debería) haber sido un tratamiento que la ayudara, pero que se convirtió en una seguidilla de internaciones y procesos dolorosos que agudizaron el problema.

En los comienzos de la pandemia, Rapisarda inicio un tratamiento virtual con un centro especializado en TCA que le gustaba, pero que debido a las restricciones por la cuarentena debió realizar de forma virtual y no funciono. Comenzó a bajar mucho de peso y con ello comenzaron las complicaciones cardiacas.

“Me habían ofrecido o una sonda o tomar los suplementos por boca. Obviamente, elegí los suplementos por boca y ahí me mandé un monto de cagadas”, comenta la porteña de lo que fue una internación de 15 días. Luego de darle el alta, la derivaron a otro centro, donde no tuvo una buena experiencia: “fue un desastre, me dejaron a la deriva y yo seguí bajando de peso. Me vio un psiquiatra y me dijo ‘el peso que tenés es de internación, pero no estás para internarte’”

En su casa, continuo bajando de peso y su corazón estaba cada vez peor. No fue hasta que acudió a una cardióloga, quien le informo lo grave de la situación, que volvió a internarse. Esta vez fue por un mes y con una sonda nasogástrica, “no comía, era más fuerte que yo”, comparte la adolescente.

Pasada la internación, comenzó un tratamiento en un centro especializado en Trastornos Alimenticios, del que decidió cambiarse luego de un año y medio con un tratamiento que dejaba mucho que desear. Tenía seis comidas diarias, le prohibieron la fruta y la verdura, la colación de media mañana era un alfajor triple con chocolatada y la de la tarde dos facturas rellenas. “¿Cómo pretendes que una persona que le tiene miedo a la comida coma todo eso?”, se pregunta exaltada Rapisarda. Por otro lado, la nutrición era grupal: “Éramos un grupo de 20 pibas que hablábamos 10 minutos cada una, todas con un peso y necesidades distantes y había ciertas cosas que no podías decir porque podían afectar a la otra”.

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Sabrina hoy se encuentra mucho mejor, con un tratamiento ambulatorio con el que se siente cómoda y cursando su último año del secundario. Aunque, ella resalta que las consecuencias de un Trastorno de la Conducta Alimentaria pueden ser muy graves y que, en el momento, no se tienen en cuenta.

Durante estos años, conoció a muchas otras personas con TCA y sus historias. “Chicas que vomitaron por muchos años estan hechas mierda por dentro, muchas se quedaron sin dientes, es terrible”, comparte. Otra secuela muy común con la que se encontró fue la infertilidad: “Tengo el testimonio de una señora que no menstruo por mucho tiempo y después no pudo ser madre”.

Sabrina no menstruaba, el frío en su cuerpo era permanente y cuando se levantaba veía todo negro. Se sentía siempre cansada y sin ganas para hacer nada: “Estuve mucho tiempo sin poder caminar una cuadra”, confiesa. Sufría ataques de ansiedad diarios, el plato de comida era “el demonio en persona” y sus padres estaban desesperados.

El ser menor de edad y que la decisión de la internación no fuera de ella, sino de sus padres, fue, según ella, lo mejor. “Por suerte me agarraron rápido, porque si yo seguía bajando de peso a mí no sé qué me pasaba”, reflexiona.

La cura para los Trastornos de la Conducta Alimentaria es posible, pero la falta de profesionales especializados y coberturas hacen increíblemente difícil acceder a un tratamiento y lo poco que se habla sobre el tema en ámbitos tan fundamentales como el de la educación, se sucede en una falta de empatía y comprensión generalizada.

La conversación sobre los TCA es una deuda pendiente, un tema del que se habla, pero no lo suficiente en comparación al nivel de problemática que supone. Un tema que no parece ser prioridad de nadie, cuando es increíblemente sencillo encontrar a alguien de tu entorno que tenga o haya tenido un TCA.

No se dan cuenta de que podés morirte de esto, yo conocí a dos personas que murieron. Esto no es un juego y a veces la gente lo toma así, como que es un capricho”, advierte Giuliana Fernández.

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